Ayer se celebró uno de esos botellones, encuentro de amigos y colegas, famosos por su masiva afluencia, por su larga duración, por ocurrir durante el día y por dejar basura, deshechos y desperdicios, tanto en el lugar donde sucede como en las mentes de los allí congregados.
Es un fenómeno que ocurre en todas las ciudades universitarias, y los jóvenes, a veces, intentamos disfrazarlo como una reivindicación ante una época de represión y de supuestos intentos de control de las formas de expresión juveniles. Lo cierto, a mi modo de ver, es que con cada nueva hornada de chavales, los jóvenes somos cada vez más rebeldes, más extremos y más imbéciles.
Lo que más me duele, al ver una de estas escenas, es que yo mismo haya, no ya participado, sino ensuciado de tal manera el lugar y mi conciencia. A todos nos gusta disfrutar y pasarlo bien, de una forma u otra. Pero seguro estoy de que también podríamos, y deberíamos, no olvidar nuestra educación (los que la tienen) y responder de una forma cívica.
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