No soy de aquellos que están a todas horas con la cámara y que en algunos momentos sacan imágenes fabulosas de sus compañeros, familia o instantes cotidianos. Necesito desconectar. Pero en los viajes necesito sentir el tacto de mi cámara e ir descubriendo los detalles y escondrijos de las calles de cada ciudad a golpe de obturador. Me encanta salir de viaje, a dónde sea; me recarga las baterías y me hace olvidar la rutina diaria y los rollos mentales. Y en cuánto se vislumbra cualquier atisbo de posibilidad me escapo. Sueño con aquel viaje en él que no tenga billete ni fecha de vuelta determinadas, ¡¡¡quiero aventura!!!
Y eso, cuelgo unas fotillos de Marrakech. Está ahí mismo y te asombra. Olvidate de la tranquilidad, seguridad y relajación de viajar por Europa. Es otro rollo, y quizás... mejor.
Un minarete.
Una de las puertas de la medina.
El minarete de la Koutoubia y las palmeras, hacia el cielo.
Esta son las ruinas de la (supongo) mezquita que debió estar junto a la Koutoubia. El caso fue que intenté aprovechar la silueta de mi colega fotógrafo junto a las ruinas. Después, al pasar junto al pibe en cuestión me pareció reconocerlo de aquel otro que conocí el año pasado en El Cairo en un viaje con mi periódico. Cuál sería mi sorpresa cuando volvimos a cruzarnos y ponernos a charlar de aquello.
Pues eso, me topé en Marrakech con un fotógrafo catalán que conocí en El Cairo. - ¡Le monde est tre petit! -comentaba mi colega con sus ayudantes.
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